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A veces bajan al Inframundo.

27 dic 2008

Te escribí una canción de amor que tú nunca escucharás.

Una vez, hace dos años casi, escribí una carta a esas majestades que vosotros tenéis allá arriba. Quería, pedía más bien, el olvido…
Que ingenuidad la mía. Pedir algo que sólo se cosecha en la altas atmósferas de los bien amados. De los grandes seres que no pueden sino quererse a sí mismos porque son lo mejor de cada casa.
El olvido es quien elige a quien va a beneficiar y no al revés. No puedo permitirme el lujo de querer olvidar, si él, el olvido, no quiere hacer acto de presencia en estos lugares tan… inhóspitos (por poner un eufemismo).
Así que dejé la carta al aire y hoy, a las puertas de volver a tener que pedir esos deseos, me veo ante la carcajada insonora de mi cara. Pues, ese olvido solicitado no ha llegado aún. Entonces, ¿para qué volver a pedir nada? ¿para qué unos nuevos deseos si los viejos aún están ahí, sin cumplir?
Me lancé a caminar, pensando en lo que debía hacer. Debía dejar de pensar en las fechas que se aproximaban para así no tener que pedir nada.
Era casi mejor escuchar las voces acuciantes de mis Fantasmas o el llorar triste de Ella, aún encerrada en sí misma, aún queriendo a quien no debió querer nunca. Ella, que sí tendría un gran deseo que pedir, ya no podía hacer ninguna petición. Su tiempo real había acabado…
Pero fue mala idea caminar para no pensar en los deseos. Porque durante los primeros momentos caminé sin darme cuenta de lo que me rodeaba. Pero, cuando presté atención, me di cuenta de que algo estaba fallando. El grito atronador no se escuchaba; en su lugar, un silencio opresor lo gobernaba todo. Quería volver a escuchar el silencio atronador (valga la paradoja) de aquí abajo, eso me ayudaría a olvidar.
Sin embargo, todo había quedado en silencio. Una brisa de aire circulaba por las altas atmósferas de aquí abajo, pero era una brisa fresca, como si alguien hubiese dejado abierta La Ventana.
Caminé hacia la Ventana y era exactamente lo que había pasado. Estaba abierta, dejaba que entrase el aire fresco de la tarde y eso relajaba a todos los que aquí moran.
Pero, ¿quién la había abierto? Y además desde fuera???
Busqué en los alrededores para ver si encontraba algo fuera de su sitio o fuera de lo normal. Y no había nada.
Seguí caminando y lo hallé. Encontré la causa de la apertura de la Ventana. Estaba allí, sentado sobre mi roca dura, mirando a algún punto más allá de las paredes del Inframundo. Parecía como si estuviese pensando ya en el lugar al que iría después de salir de aquí…
Me paré ante Él y no supe que decir, así que retrocedí aprovechando que no me había llegado a ver todavía. Volví a hacer un esfuerzo por acercarme, pero tampoco ahora fui capaz de dejarme ver.
Por fin, cuando dejó atrás su ensoñación, me armé de valor y me dejé ver.
No podía creerlo; no hubo ningún reproche en sus palabras; ni siquiera animadversión. Su sonrisa era real, su afecto sincero. Sentí tan cerca su piel que no pude dejar de respirar profundo para quedarme con algo de su perfume en mis fosas nasales para largo tiempo. Así era como iba a ayudar yo al olvido? Después, sin saber como, se marchó y dejó cerrada de nuevo la ventana.
Caí en un sopor (o era un sueño todo ello?) y al despertar no supe discernir si lo que había pasado era un sueño o había pasado realmente.

Pobre los mortales que ese enamoran de dioses (o era al revés???).

Saludos desde el Inframundo.

10 dic 2008

Un espacio sin ti es infinito…

Una vez más, la soledad y yo; y entre los dos el aire; mirándonos y sin decirnos nada”.

Ha pasado ya el día en que dejé el Inframundo, pero ahora es tiempo de volver. Hay que poner un parche en cada herida, y dejar de derrochar el tiempo que puedo pasar allá arriba.
Cuando ya el día se me había quedado frío, el corazón congelado aún por debajo de la coraza dura y el aliento salía en forma de escarcha de mi boca, no pude soportar más caminar por donde no tenía nada que hacer.
Era el momento.
Me dejé caer, sin más, por el agujero ya hecho desde hacía tiempo. Siempre caeré aquí, aunque la ubicación no sea la misma.
Pero esta vez tenía pensado dejar atrás algo que no podía venir conmigo a este nuevo Inframundo.
Mi Ángel de Luz apareció en un Inframundo que ya estaba estructurado, en un lugar que ya tenía sus normas y su oscuridad aprendida y aprehendida tan adentro que no hacía falta nada más.
Llegó para aferrarse a una Luz que no era mía tampoco, una Luz que no sé porque llegó hasta aquí.
Pero era el momento, frente a él (o a la imagen que yo quería hacerme de él) reuní todas mis fuerzas. Era el momento de verter las últimas lágrimas que debían quedarme en los ojos que tendrían que haber estado secas y volver a lo de siempre.
En algún momento, cuando las comisuras de mis labios se movieran, tenía que decir las cosas. Pero no querían moverse. Mis labios se habían quedado pegados, como si se tratase de dos losas enormes que no estuvieran articuladas entre ellas. No salía nada de mis labios ante él. Sus alas, grandes, blancas, bellas, aquellas que una vez me dieron abrigo y calor, estaban extendidas y no me atrevía a decir nada. Sólo las miraba, anhelando volver a cobijarme entre ellas, acurrucarme y dejar que pasase el tiempo, el infinito tiempo.
Pero no fue así. Yo no dije nada, nada dijo mi Ángel de Luz; pero sus ojos lo reflejaron todo. Su sonrisa, que una vez creí buena, maligna, me mostró lo que había de hacer yo y no hice. Él sí se iba. Su juego había terminado. Sólo había estado aquí una temporada para mostrarme lo que nunca tendría, lo que nunca llegaría alcanzar aunque mi vida fuese ilimitada, aunque tenga que estar cuidando de mis Fantasmas eternamente. Su Luz, la Luz que tanto había custodiado, esa Luz era lo que yo nunca podría tocar aunque a él le quemase. Era su Luz y él decidía si se quemaba o no. Yo no podía decir nada, no podía moverme. Mis pies estaban anclados al suelo de este nuevo Inframundo donde el recuerdo de sus alas y de su Luz nunca se borraría, como si se hubiera grabado con cincel en las nuevas piedras que ahora ocupo.
Y el último batir de sus alas me mostró el olor del aire, el congelado aire de la soledad, el frío que hizo que se me congelará el resto del tiempo, el latir de lo que nunca fue corazón. El hueco que dejó, el espacio que parecía infinito sin él.
Y yo seguía sin poder odiarle, sin poder gritarle o expulsarle yo. Seguía allí, sin más, con las manos caídas a ambos costados, sólo tratando de respirar, pues sentía que nada llegaba ya a mis pulmones, cerebro y coraza (perdón, quería escribir co…ra…zón)

Pero nunca marchaba sin dejar un rastro… dejando plumas de sus alas a cada paso que daba para nunca olvidar.

Saludos desde el Inframundo.