
Cuando él llegó, ella apenas tenía una rendija de sus párpados abiertos.
Se acercó, la tomó entre sus brazos y acarició su mejilla pálida, casi transparente.
Ella sintió el tacto de su mano y abrió los ojos. Con las últimas fuerzas que le quedaban le dijo:
“Cuida ahora también de mi alma, pues el corazón ya era tuyo antes de esto”.
Después, con una sonrisa en los labios, exhaló el último aliento.
Saludos desde el Inframundo.